Cuando fuimos punks: poesía de la convulsión y la anarquía
Lenin V. Paladines Paredes
Cuando fuimos punks (2019), el último poemario de Agustín Guambo documenta sus visiones y recuerdos de un pasado trémulo y sacudido por la injusticia. En este caso, el pasado es la dimensión oscura que entreteje recuerdos en la memoria, haciendo pulsos con las ganas de olvidarlo todo, porque todo ha sido arrancado. El pasado es el motor que mueve el engranaje de las cosas que sucedieron antes y que se funde en las promesas de no regresar a ver nunca más, y que aún así, se aparecen cada vez que nos atrevemos a sentirnos libres y dignos de poder olvidar.
Cuando fuimos punks es un intento de volver la vista atrás y contar las cosas en perspectiva. Un retrato resquebrajado de una época en la que el futuro no era más que un aliento al amanecer después de un concierto o un grito aislado de alguien, intentando encontrarle sentido al caos. Las voces de la poesía de Guambo son las mismas que entonaban cánticos de protesta hace 20 años, que se difuminaban entre el humo de las hogueras y el gas lacrimógeno que dividían las trincheras de la sociedad resquebrajada.
Cuando fuimos punks trata de ponerse en sintonía con la generación beat, en un homenaje a Gary Snyder, el beat olvidado, el representante de los exiliados, de los marginados, de los recuerdos de una época en la que importaba más la actitud y las ganas de volar antes que el nombre y el talento, cuando la juventud libraba las más duras batallas de su historia entre el polvo de las carreteras secundarias y las alucinaciones sempiternas mientras intentaban encontrarle sentido a la vida.
¡Oh! Gary estamos tristes y desesperados entre los edificios
Carcomidos por las neurosis
Plagados por la codicia y sus encajes
Sintiendo con vergüenza una lluvia desgastada e inmóvil
(Agustín Guambo, Fragmento de una plegaria a Gary Snyder).
La intención de la plegaria, en este caso, es deslocalizar el sufrimiento. Al igual que los poetas americanos del desierto, la juventud perdida solo encuentra consuelo en el arte. La poesía se convierte en arma y la música es la forma de transportarse a un lugar menos horrendo y con más sentido. La plegaria es una forma de decirle al mundo que la juventud no ha olvidado, que los principios se han mantenido, que nadie se doblegó ante la destrucción de la cultura, y fue la literatura la que los mantuvo a flote.
El pasado es 1999. Un instante perdido en el limbo de nuestra historia. Es el último paso que dimos antes de perderlo todo. El pasado es la ira. Ira por la injusticia, ira por vernos a la cara y darnos cuenta de que ya no somos los mismos, a ver la ciudad destruida en unos segundos por la decisión de unos pocos y el desastre que llegó después. 1999 era la incertidumbre, el no saber por qué, cuándo, cómo ni quién. El no obtener respuestas, la desesperación de los padres con el grito atorado en sus gargantas y sus hijos con lágrimas como cristales cayendo de sus ojos observando el vacío dejado por la promesa de un futuro mejor.
¿De quién eran los pedazos de carne que caían de nuestras manos por la noche?
¿De quién el llanto que conteníamos entre estos aindiados vientres?
¿De quién los párpados brunos que, día a día, se hundían igual que esclavos viejos,
devastados y en silencio, sobre el smog y el caos?
(Agustín Guambo, Cuando fuimos punks).
La poesía de Guambo evoca al recuerdo de una época en la que todo el mundo sentía que el mundo iba a acabar de un momento a otro. Cada paso del reloj se sentía como un martillazo en la frente de quienes esperaban ansiosos el inicio del día. Esa sensación de tristeza y desesperación es utilizada por el autor para recrear los días grises en los que los desamparados veían caerse el futuro a pedazos.
Cuando fuimos punks es un homenaje para ellos también. Para aquellos de quien nadie se acuerda. Los versos son un segundo en el tiempo, como en una instantánea de fotomatón, recordando a los desangrados, a los sin techo, sin comida y sin piel, a los que no se visibiliza.
El verano del 99 es, entonces, la metáfora de la realidad, el relato para una generación que no recuerda, el rezo implorante a un dios que no existe, pero que es el único que escucha. Es la materialización del grupo de almas de personas que saben que nada es importante si no se siente eterno, y que ninguna sustancia se asemeja al vértigo de sentirse completamente abandonado, cuando no queda ni un solo atisbo de esperanza, y todo lo que nos mantiene vivos es la sensación de bilis recorriendo la tráquea y las arcadas que nos obligan a continuar.
Quemamos nuestras mentes, muchos años, bajo una desgastada lluvia,
en noches ancestrales que duraron mil años,
entre la lobreguez de pequeñas y apolilladas lunas.
(Agustín Guambo, Cuando fuimos punks).
La tormenta social producida por el feriado bancario y la crisis económica sucedida entre 1999 y 2000 se revisita en la poesía de Guambo, quien, como en un flashback, se encuentra consigo mismo, diez años más joven, pero con la sangre hirviendo de insomnio, tristeza y desesperación ante la catástrofe que veían sus ojos. El relato de lo ocurrido, verso a verso, resuena todavía en nuestros oídos, y nos obliga a regresar la mirada ante los recuerdos que nos forzamos a olvidar.
La obra de Agustín Guambo recuerda una época en la que nadie le tenía miedo a nada, que la tristeza era la única forma de ganarle al tiempo, y que, viéndola desde ahora, muchos años después, era la época en la que cualquier hálito de luz significaba un motivo para seguir andando, aunque el naufragio estuviera esperando apenas al llegar a la orilla.
En las noches nos reuníamos igual que una triste camada de enfermos
a atizar el fuego de nuestros corazones
con canciones de otros vagabundos con talento
(o punks alegres como les llamaba asdrúwal
a muchos otros que ardían con fe de niños en las calles).
(Agustín Guambo, Cuando fuimos punks).
Guambo imagina un grupo de almas quienes, como los infrarrealistas, recorrían la ciudad a la madrugada, despreocupados, abriéndose paso en el desierto de cemento y metal, ganándole pulsos a la muerte, en enfrentamientos irracionales y discusiones eternas. Ese irrespeto a la muerte, ahora, a la distancia, se siente como un recuerdo lejano, aunque siga latiendo y siga sangrando.
Pero la poesía de Guambo también habla de aprender, aprender que el pasado no siempre es peor, ni mejor, ni nada en especial, aunque nos haya enseñado algo: a no reconocernos a nosotros mismos cada mañana que nos encontramos delante del espejo, para entonces elevar una plegaria a los dioses que no existen y decirles que las almas de los olvidados todavía están ahí, en el brillo de los ojos que nadie mira.