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En búsqueda de la identidad hispanomericana

Jessica Chalán

Alejandro Cueva

La independencia hispanoamericana no solo fue un proceso bélico y político, sino que también incluyó una lucha por marcar la autonomía cultural del continente. La literatura es la herramienta y el campo de batalla en este proceso. Los intelectuales se encargaron de rechazar lo exterior e intentaron marcar una distinción entre América y Europa, tal es el caso de José Martí quien muestra su rechazo a la imposición de un modelo europeo. Casi un siglo más tarde, Fernández Retamar, expone el problema de la identidad latinoamericana y explica como esta se ha ido formando a través de la unión de culturas. Ambos autores tienen como objetivo justificar la autonomía cultural del continente y esbozar ciertos elementos que se consideran constitutivos de la identidad latinoamericana:

El concepto de identidad cultural encierra un sentido de pertenencia a un grupo social con el cual se comparten rasgos culturales, como costumbres, valores y creencias. La identidad no es un concepto fijo, sino que se recrea individual y colectivamente y se alimenta de forma continua de la influencia exterior (Molano, 2007, pág.73).

Hablar de identidad es referirse a lo que se considera propio de una cultura y por lo tanto permite diferenciarla de lo ajeno. Tal y como lo menciona Janik: «Ninguna identidad podría perfilarse sin los otros. En esta relación dialéctica, tensa, a la defensiva… es donde la identidad afila sus aristas y de alguna manera se vuelve excluyente» (Janik, 1823, pág.10). Esta búsqueda casi siempre se lleva a cabo en momentos de tensión, de encuentro con el otro o de imposición de lo extranjero. Entonces se debe reconocer que este término proviene siempre de alteridad, es decir, son los otros o lo ajeno lo que nos hace definirnos.

La búsqueda de identidad tuvo como principal herramienta la literatura, esto en el ámbito de la crítica, la poesía y sobre todo de la novela. Y por ello Doris Sommer explica que «[…] la historia patriótica de América Latina se construyó a través de la narrativa» (Sommer, 2004 [1947], pág. 23). En estos relatos no existía una diferencia entre la ciencia histórica y el arte. Los escritores tenían la misión de llenar los vacíos que dejaba la historia de las unidades nacionales arbitrarias que apenas empezaban a existir. De esta manera, es el texto literario el que consigue legitimar la idea de una nación.

Al ser un continente con una historia fragmentada, encubierta por los cronistas de indias, o que apenas estaba construyéndose, los vacíos históricos eran evidentes. Bello propone que «Cuando la historia de un país no existe, excepto en documentos incompletos y desperdigados, en vagas tradiciones que deben ser compiladas y juzgadas, el método narrativo es obligatorio». Lo que autoriza a los escritores a construir, a través de sus textos una imagen de lo que consideraban debía ser América y los americanos. En ese sentido, los textos literarios se convirtieron en objeto formativo del ciudadano ideal, ahí la función educativa de la literatura, que además trataba de propiciar el deseo reconciliador de los grupos sociales a través de las novelas nacionales del siglo XIX. Es así que la literatura se cristalizó como eje de formación identitaria que además daría paso a fundamentar la autonomía cultural tan anhelada en América Latina.

Entre todos estos académicos que asumieron tal tarea, tenemos a José Martí, «[…] notable propagandista de las novelas de formación nacional» (Sommer, 2004 [1947], pág. 36), quien en su ensayo Nuestra América bosqueja un patrón de identidad a partir de la apropiación de las raíces hispanoamericanas y el rechazo al modelo europeo. Martí cuestiona a los gobernantes de Latinoamérica que mantienen actitudes serviles a los países imperialistas y señala al indio, al negro, al llanero, y al gaucho como parte constitutiva de la identidad del continente. Sin embargo, hace hincapié en el deseo de estas poblaciones de ser gobernadas de forma adecuada, así como en la posibilidad que tienen de rebelarse cuando se los gobierna mal. Por lo tanto, la inclusión de estos sectores se da en tanto quepan con los modelos de nación vigentes en la época. En estos se privilegia al hombre mestizo, saludable, heterosexual e ilustrado.

Este discurso instructivo que se disfraza de ensayo, resulta una guía adornada de palabras patrióticas dirigida a los líderes, invitándolos a conocer sus raíces, su nación, para poder gobernar correctamente. El ensayista cubano critica a aquellos que no defienden a su tierra nativa: «¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, ¡y la dejan sola en el lecho de las enfermedades!» (Martí, 1981, pág. 2). Martí acepta el mestizaje, lo toma como la raíz de América; pues para él, el origen de la nación son los indígenas, sin ellos no habría América Latina. También asocia la guerra con la virilidad, los que combaten son hombres, los que luchan son hombres, los que vencen son hombres. Se entiende que un latinoamericano no debe olvidar tres elementos: de donde viene, el período colonial y el orgullo que representa haberle puesto fin: «Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas» (Martí, 1981, pág.3). El pensamiento que debe perdurar es que a pesar del dolor que representó el período colonial; las repúblicas latinoamericanas han sido capases de gestar una historia propia y de acoplarse al panorama político y económico internacional de la época.

Más adelante, en 1929 Rómulo Gallegos publica su novela Doña Barbara, ganando reconocimiento en Venezuela y el continente. Algunos críticos explican que esta novela refuta la noción de amor romántico y estableció las bases narrativas de la nación latinoamericana. Su enfoque identitario es relevante pues crítica el caudillismo y aboga por un Estado de derecho moderno e independiente de potencias extranjeras.

Para realizar su crítica a lo extranjero y defender un modelo de nación la novela expone los problemas que causa la falta de legalidad en los sectores rurales, así como las consecuencias de la injerencia extranjera en el territorio nacional. La novela fue escrita para la población de clase media y baja con la intención de que tal discurso cale en los sectores más amplios del país. Así mismo, el autor exalta dos elementos: la tierra, representada por los llanos azotados por el caudillo y el pueblo: personificado por Marisela, mujer con alma y sangre salvaje como “la barbarie” y a Santos como “la civilización”, por su nivel de instrucción y su intención de reformar el llano. La relación entre ambos personajes se puede evidenciar en el siguiente diálogo:

- ¡Qué maneras tan bruscas, muchacha! ¿Es que ni siquiera te han enseñado a hablar con la gente?

- ¿Por qué no me enseña usté, pues? —y otra vez la risa sacudiéndole el cuerpo, echado de bruces la tierra.

- Sí, te enseñaré — díjole Santos, cuya compasión empezaba a transformarse en simpatía—. Pero tienes que pagarme por adelantado las lecciones, mostrándome esa cara que tanto te empeñas en ocultar. (1929, págs.78-79)

 

Por otra parte, tenemos la novela La Vorágine, escrita por José E. Rivera (1924). Es un escrito de denuncia social que no solo remite a un país, sino a toda América Latina en contra de las compañías caucheras responsables de la expropiación de la tierra a los habitantes de las regiones amazónicas y de la explotación laboral de las diferentes poblaciones de esta región.

En ella aparece una crítica donde se distingue la necesidad de fomentar una conciencia nacional capaz de apropiarse de la tierra y enfrentar los abusos de las empresas transnacionales. Además, La Vorágine expresa una manifestación contra el amor ideal y el heroísmo físico como arquetipos narrativos de la novela clásica. Así mismo habla sobre la paternidad como un elemento constituyente de identidad nacional, en la medida en que la autoridad del padre es equiparable con la legalidad y la moralidad deseable para la nación. La tierra tiene una asociación con lo femenino, debido a que esta es el espacio de producción de lo que engendre.

 

Por otra parte, la novela construye una visión de ausentismo gubernamental ya que no se establecen los ideales que la sociedad moderna ha señalado como la libertad, la justicia y la equidad. Pero este ausentismo no sólo se refiere a la falta de estamentos públicos que garanticen la convivencia colectiva de los habitantes de la región y el desarrollo progresista del país en estas zonas, sino también a la ausencia de estamentos que protejan la cultura popular, los saberes de antaño y las condiciones socio-históricas de estos territorios como valores que se identifican gracias a sus propias especificidades. La Vorágine es una propuesta de intercambio cultural dentro del marco de la soberanía nacional.

En estas dos obras se pretendía construir una identidad a partir de las características específicas de la región, los personajes y las realidades socio-políticas de la época. Ambas novelas presentan el caos que deviene de la ruptura de un modelo de familia ideal: católica e integrada por mamá, papá, e hijos, con la autoridad centrada en el padre. De ahí que Doña Bárbara represente lo indómito y dañino de la sociedad y así mismo los personajes femeninos de La Vorágine que se salen de la autoridad del padre tengan devenires tristes como la soledad y la prostitución. De esta forma se pretendía moralizar a la sociedad y reforzar la idea de una masculinidad hegemónica y una feminidad sumisa y obediente, sujeta a las decisiones del esposo o del padre. Así mismo, las novelas expresan la necesidad de una reforma agraria para legalizar los territorios rurales como señal de progreso.

El tema de la identidad hispanoamericana, sin embargo, no se agota. Más contemporáneamente se publicó Calibán (1971), texto escrito por Roberto Fernández Retamar. Se trata de un ensayo que compara la identidad latinoamericana, con Calibán, personaje de La Tempestad (1611). Al comparar a Calibán con la sociedad latina, Retamar reflexiona sobre la imagen que tiene Europa sobre América. De ahí que el ensayo refiera la pregunta “¿existe una cultura latinoamericana?” realizada por un entrevistador europeo. Retamar señala que esta pregunta implícitamente expresa una duda alrededor de la existencia de América.

Fernández Retamar se apropia de la visión europea de los americanos y resignifica el personaje de Calibán. En su lectura, el hombre deforme que pierde su isla y que es irracionalmente violento se replantea para señalar la potencia contestataria de este personaje. Calibán es el que se rebela en contra de sus carceleros y utiliza el lenguaje que aprendió de ellos para maldecirlos. La figura de Calibán no solo representa el aspecto cultural sino también el aspecto político y sociológico de América.

Al igual que Martí, Retamar considera al mestizaje como la génesis de América Latina y establece la constante que une a todos los países que conforman Hispanoamérica: la lengua impuesta por los conquistadores. Así como Calibán usó la lengua de Próspero para maldecirlo, los habitantes de Hispanoamérica deberían usar la lengua impuesta para hablar de su cultura: «Nuevamente es la lengua que el dominador diera al colonizado el símbolo de su sujeción, pero también el vehículo de su rebelión» (Vior, 2000, pág. 94). En ese sentido, la literatura una vez más se convierte en el eje central para construir la identidad hispanoamericana. Al igual que Martí, Retamar señala que el trabajo de los intelectuales es hablar de América Latina desde América Latina. Si bien el ensayo de Retamar constituye una defensa de la revolución cubana, la metáfora de Calibán resulta potente para describir la capacidad del continente de reinventar los elementos ajenos para generar producciones culturales propias. Y es ahí donde está el aporte de este intelectual.

La identidad es una preocupación que se viene acarreando desde siglos atrás en América Latina. La búsqueda incansable de identidad se ha transformado en un tema muy controversial y abierto a nuevas críticas. En un intento por definirla, la literatura tomó parte de esta tarea a través de obras narrativas que pretendían señalar la especificidad del continente apuntando a las características naturales de la región, tal es el caso de Doña Barbara y La Vorágine. Sin embargo, entre más se intenta marcar la diferencia más se señalan aspectos específicos que no alcanzan a representar todas las discontinuidades, mezclas y tensiones culturales de las que está hecha América Latina. Cada nación de Hispanoamérica remite a una diversidad social, histórica y cultural que actualmente se enfrenta con el avance de la tecnología, la globalización, la inmediatez de la comunicación. Ya no existen barreras irrompibles entre los países, la literatura continúa reinventándose y renovando el lenguaje y la pregunta ¿qué es ser Latinoamericano? Sigue vigente.

Referencias bibliográficas

Fernández Retamar, R. (1971). Calibán. http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/caliban/caliban1.pdf

Lie, N. (2018). Calibán en contrapunto. Reflexiones sobre un ensayo de Roberto Fernández Retamar (1971). América: Cahiers du CRICCAL, n° 18 (2). https://www.persee.fr/docAsPDF/ameri_0982-9237_1997_num_18_2_1294.pdf

Martí, J. (1965). Obras completas. La Habana: Editorial Nacional de Cuba.

Rivera, J. (1924). La Vorágine. Yopal, Colombia: Editorial A.B.C.

Sommer, D. (2004). Ficciones fundacionales: las novelas nacionales de América Latina. (José Leandro Urbina y Ángela Pérez, trad.). Bogotá: Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1947).

Vior, E. (2000). Visiones de Calibán, visiones de América. Alemania: Anuario de Filosofía argentina y americana.

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