Esta manía tan cobarde de

pedirle a la noche astillada 
en estrellas que arroje de golpe 
tu embellecido rostro de mis recuerdos. 
 
Han venido a incendiar las

pocas brasas ahogadas que

el viento y la lluvia trataban

de borrar, cual poema escrito

en un muro.
 
La niebla del tabaco confunde

tu aroma, pero el sabor amargo 
de tu ausencia desata en la noche

su melancólica tarea mágica 
de olvidar tu mirada. 

​

Soy rehén de los últimos ecos

que gritan tus
labios fríos; petrificándose en

la memoria.

​

Y al no poder nombrarte

imagino diciéndotelo todo 
con palabras tan solitarias que 
reposan una a una en tus cenizas.