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Éxodo

Anthony Rosales

Aúlla el perro de pellejos colgantes y es como el frío gélido de agosto; su llanto jadeante reverbera en los murmullos de un grupo anónimo que pregona cuán injusta es la vida y de rato en rato escupe lástima por caridad.


-Esconde tus lágrimas de niño estúpido, porque la guerra no ha terminado- escucho decir al viejo del pórtico que todas las tardes se postra en su silla mecedora para ver cómo se consume el mundo mientras él come galletitas con mermelada de piña, pero no tengo ánimos para atender a sus sermones de patriarca disgustado. Siento el peso de la derrota en mis hombros desnudos y siento los piececitos de la vergüenza bailar en mis manos maceradas. Después de la borrasca, los gallinazos sobrevuelan este cenagal que llamo cuerpo y que para ellos es carne que saciará sus negras tripas.


Veo tiritar a los escrúpulos del mañana y las horas no son más que estertores de los perros días. Solo el gemir caótico de mis huellas puede opacar este remanso absurdo que hace del silencio un dolor insoportable pero al ser mi alma un bulto vacío que supongo necesario, camino a mitad de la calle sondeando la muerte.


Dime madre si Mozart es la lengua de los caídos, afuera todo es fraude y adentro es abandono. La pluma, la pluma de mi desdicha, cuchillo impune de Montalvo, cincel de la historia, encubridor del anonimato, tachará mi nombre de tu vientre; en su lugar una trova será escrita por el borracho del pueblo, no lo permitas madre, no lo permitas.


Continua mi andar entre abucheos y presunciones, cual criaturas limosneras entre sollozos preceden el desfile por la avenida de los fusileros los escombros de mi derruida fortaleza, una escena estrambótica semejante a la de los políticos a puertas de su incipiente otoño. Termina el fandango.
 

Sobre este caudal he derramado mi tristeza húmeda de enigmas para conciliar la paradoja de tu tiempo y de mi espacio, ‘para olvidar el olvido o para ser olvidado’ voy al destierro donde los gusanos son hombres y los hombres gusanos, allí donde los chacales juegan a las canicas con tu cabeza que después de todo es para lo único que sirve, para chocar con otras cabezas. Pues, el egoísmo ha fermentado lo suficiente para hacer de los sesos un pus gelatinoso.


En mis pies hierven las llagas como frijolitos saltarines, no tengo sitio, jamás lo tuve. Serpenteo en las tetas del amor furtivo para consolar mi existencia nómada que alguien fecundó en su pupila, entonces camino cojeando de mis anhelos, al encuentro de las olas y la odisea. Falta mucho, falta poco, aun así no es suficiente, tengo hambre de gloria y un ombligo cobarde; yace en el machete la fuerza y el vigor del hombre, la mirada que franqueaba las noches ausentes de soledad e infundía pavor en los astros me abandonó. 


Este galope acompañado de aullidos lobeznos es el eco distante que acaricia la sombra de los solitarios colonos…

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