El día en que aprendió a decir Konichiwa
Isaac Mora
Hay un momento en la vida de un suicida que elige con determinación escapar de lo que el mundo le ha provisto. Ya sea por capricho, o por el mismo hecho de que su vida se vea sin sentido. A algunos les basta con realizarlo de inmediato, sin importar el dolor que el método elegido les pudiere infligir. Otros, como Yoshiki, prefieren pensarlo, y tratan de buscar uno donde el dolor no pudiera intervenir. Sin embargo, ¿cómo hallar un método que prescindiera del dolor si la muerte en sí es dolor? Se preguntó un día el hombre. Así, recordó que durante su juventud, le habían manifestado en sus concurridos viajes a los pueblos del sureste ruso que antes del estuario del rio Amur, se podía hallar un pasaje que dirigía a una antigua ciudadela, perteneciente en otra época a una antigua civilización altica, y que en ella residía una bestia capaz de matar a cualquier ser vivo sin que sufra.
Guiado por su recuerdo y dotado de provisiones, volvió a un pueblo Nivjs donde se lo había mencionado. Allí se consultó con el cacique y este, dubitativo, accedió a guiarlo hasta la entrada del camino, sin antes mencionarle que aquella bestia aparecerá, apenas lo sienta cerca y que bastaría una palabra que ella profiriera para que cualquier forma de vida se extinguiera. Yoshiki sin más preguntas animó al anciano a que lo dirija al lugar.
Dos días de viaje a caballo sirvieron para llegar a la ciudadela, que resultó estar bajo la tierra. Antes de bajar el cacique se despidió, llevándose al equino y dejando completamente solo a Yoshiki. Tras caminar unas horas más, Yoshiki se detuvo a descansar un poco. Cuando, de pronto, un graznido sórdido se escuchó en la extensa galería. Es ella, pensó de inmediato, y sin percibirlo la bestia se encontraba frente a él. Y lo que tenía ante sus ojos lo atemorizó por completo. Este ser tenía una cabeza muy parecida al de una rana, sus cuatro extremidades eran como unos antebrazos humanos, que parecían estar desollados. Por otro lado, su dorso estaba cubierta por una estructura escamosa que terminaba en una cola ancha que se movía lentamente. La bestia no tenía parpados, por lo que todo el tiempo miraba fijamente a Yoshiki.
La atemorizante bestia seguía dando alaridos alrededor de él. Yoshiki, supo que eso extraños sonidos eran las palabras de la muerte. Graznaba sin parar, a ratos con más fuerza, la misma cadena de sonidos una y otra vez, sin que sucediera nada. Según lo que habían mencionado de ella es que apenas de haberla escuchado él fallecería, rápido y sin dolor. Después, de unas horas la criatura dejo de hacer ruido y tan solo quedo de frente al hombre, parada, con aquella mirada penetrante sobre él. Entonces, ambos en un mirar silencioso comprendieron que el problema era la lengua. Yoshiko no podía codificar el mensaje de esos sonidos. Trato de comunicarse con señales y expresiones, pero la bestia solo lo miraba impávidamente. Luego dibujo unos signos en el suelo, no funcionaba. Hizo muchos sonidos aleatorios sin que haya respuesta alguna. Parecía imposible entenderse.
Pasaron algunos días en el que el hombre se dedicó a observar la criatura, tal como lo había hecho antes en otros lugares, pero con personas. Quería comprender si alguna de sus actitudes podía acercarse a un comportamiento medianamente humano o, por lo menos, animal para, así, establecer un lazo comunicativo con ella y comprender por lo menos uno de sus sonidos. Sabía que con eso bastaría para llevarlo a su deceso. No pudo descubrir mucho de la misteriosa bestia, apenas supo que no dormía, casi todo el tiempo pasaba viéndolo y cuando no lo hacía comía, con sus escuálidas extremidades, los helechos que había en la galería. Con eso le bastaría para comprender que la criatura tenía una necesidad básica. Yoshiki pensó que, si podía privarla de esta, entonces, era probable que ella buscara una forma de hacer saber su hambre, y él esperaba que lo hiciera con sonidos. Se dispuso a arrancar los helechos de la cueva, una tarea que, por supuesto, le llevaría algunas semanas, pero para él cumplir con su objetivo era lo primordial.
Cuando hubo terminado con la tarea, pasaron unas horas hasta que ella empezará a cambiar su comportamiento. Se movía de un lado a otro, como una araña por cada recoveco de la galería sin encontrar su alimento, parecía estar desesperada por encontrar un poco de su fuente vital. Sin embargo, no emitía ningún sonido por lo que Yoshiki sintió que su empresa había fallado. Ante esto, se le ocurrió otra idea, dotar de alimento a la criatura cada vez que él la llamara. Es decir, la condicionaría, cada vez que escuchara su voz significaría que le daría un poco del helecho que había escondido y si en un momento la bestia deseara alimentarse usaría la misma palabra con la que él le llamaba, y así podría entender lo que significaba.
Así lo hizo, y parecía funcionar. Cada vez que Yoshiki decía en su lengua un konichiwa, y en la nuestra un hola, la horrenda criatura se acercaba a él para que le dé su alimento. Aunque, esta no parecía tener intenciones de repetir la palabra que él usaba. Ya sin ideas, insistió por unas jornadas más que lo llevarían al borde de la inanición. Sus provisiones se terminaron, y se dijo que quizá hubiera sido menos doloroso cualquier otro método que morir de hambre. Cuando estaba agonizando la bestia se acercó a su lecho, y al ver que no le proveía de su porción de alimento. Esta graznó finalmente un konichiwa sentenciando el último aliento del pobre hombre.