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microcuento

No me dejes entrar

Gabriela Cajilima

El silencio nos cubre por las noches, así no me veas, sabes que mis pasos resonarán sobre la madera fría y no me dejarás entrar.
Estoy desconsolada viendo como todo se queda quieto en este lado de la habitación. Grito y no hay silencio que romper ni a quién interrumpir. Todo me queda pequeño, el tiempo, el amor, la espera. Estoy cansada de las paredes blancas, las columnas negras, de ver tu puerta cerrada, de pensar y confundirme tanto.
Sabes que me gusta enumerar las cosas, hacer extensas listas, calcular cada segundo, planear continuamente mis acciones y al mismo tiempo, perderme en mi propio desorden. Querer un arrebato de ira, sufrir lentamente los síntomas de un ataque de ansiedad, descontrolar cada pensamiento, alimentar mi alma con la vanidad del movimiento y no percatarme del entorno, mirar hacia el cielo e intentar dejarme ahí.
Me planteo sembrar rosas rojas, esas que tanto odio, compartir mi cena, hablar de política, observar un amanecer, sentir mis lágrimas y no solo permitir que se conviertan en nudos garganta. Pero siempre he dicho que no tengo tiempo.
No tengo tiempo para cambiar como pienso y comenzar a crecer.
Detesto las rosas, cenar en compañía, discutir de política, madrugar (aunque la recompensa sea grande) y, sobre todo, dejarme llevar en mi soledad. Déjame serte sincera, no hay día que no me arrope, aun así, sabes que llevaré los pies fríos, tal vez porque siempre estoy descalza, porque no puedo evitar bailar ante el sonido de tus pasos y a la luz de la mañana. No quiero que me observes, no quiero que nadie me acompañe, que me interrumpas.
Así que está bien: la puerta cerrada, tu ausencia, mi danza.

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