Perfectos extraños
Jonathan León
El sabor amargo de tu partida me raspaba la garganta
hasta arraigarse de manera permanente
en lo más profundo de mis enfermizas entrañas, así lo creía.
Comprendí que el tiempo puede ser corto o largo
dependiendo de lo que suceda en nuestros pensamientos;
los míos me han sumergido en un eterno tormento
al cual considero un punto sin retorno,
point of no return, como se diría en inglés.
Pero ni en otra lengua hay palabras
que expresen el vacío que dejastes en mi ser,
sí, dejastes, con S, porque ya ni el buen proceder
o el escribir correctamente tienen relevancia
en una vida alejada de la presencia de tus tristes besos sabor a miel.
Todo ser tornó oscuro en el vasto mundo de los sueños incumplidos.
Tu niño de pecho ahora es un hombre solitario,
que muere lentamente en los suplicios de tu añorado regreso.
Morir lentamente se ha convertido de nuevo en mi deporte favorito,
lo venía practicando desde el día en que me dijeron
que con la vida que llevaba no pasaría de los 20 años;
me hubiese encantado que sea cierto,
porque no hay diferencia entre vivir 100 años o vivir mil años,
si no lo haces como quieres ni con quien lo quieres.
Vuelvo a ser el mejor 9 en este partido que parece interminable.
El juego se llama Vivir para morir.
Todo es blanco, ¿o gris? ¿o negro? Da igual,
ya no mantenemos la tonalidad
que antaño tanto vislumbraba en las paredes del bloque X.
La vida y sus matices han cambiado el rumbo de nuestras extrañas vidas.
Pasaron 10488 horas para darnos cuenta que
El Universo tenía rumbos distintos para ambos,
10488 horas para aceptar que
todo terminó el día en que conocimos nuestras diferencias,
10488 horas para comprender que
tú eras piedra y yo papel,
10488 horas para asimilar que
tú eras luz y yo oscuridad,
10488 horas para entender que
tú eras brío y yo castigo,
10488 horas para darme cuenta que
el margen de tu sombra no era mío,
10488 horas para aceptar que
nada en esta vida nos pertenece,
ni siquiera el apellido cuestionas.
437 días…